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CIENCIA OCULTA EN LA MEDICINA

CIENCIA OCULTA EN LA MEDICINA

 

Dr. Franz Hartmann M. D.

 

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OBRA DEDICADA A TODOS LOS ESTUDIANTES EN MEDICINA

"Lo que una generación considera como la cumbre del saber, es a menudo considerado como absurdo por la generación siguiente, y lo que en un siglo pasa por superstición, puede formar la base de la ciencia en el siglo venidero"

(Teofrasto Paracelso)

 

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Prefacio 

Introducción

I. Constitución del Hombre

II. Las 4 bases fundamentales de la Medicina

        1. Filosofía 

        2. Astronomía 

        3. Alquimia 

        4. La virtud del Médico

III. Las 5 causas de las enfermedades

        1. Ens Astrale

        2. Ens Veneri

        3. Ens Naturae

        4. Ens Spirituale

            Voluntad / Imaginación / Memoria

         5. Ens Dei

IV. Las 5 clases de Médicos

         1. Naturales

         2. Specifici

         3. Characterales

         4. Spirituales

         5. Fideles

V. La Medicina del Porvenir

 

 

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PREFACIO

 

            “Nada demuestra tan bien el carácter de la gente como lo que halla ridículo”

                                                                                                                                            Goethe

    Para los que han estudiado la naturaleza no es del todo desconocido el hecho de que existe cierta ley de periodicidad, conforme á la cual las formas desaparecen incorporadas en nuevas formas. Las estaciones van y vienen, las civilizaciones pasan y vuelven á crecer, manifestando las mismas características que tenían las anteriores: la ciencia se pierden y son descubiertas de nuevo, y la ciencia médica no es una excepción á esta regla general. Muchos tesoros valiosos de los tiempos pasados han sido sepultados en el olvido; muchas ideas que brillaban cual luminosas estrellas en el cielo de la medicina antigua, han desaparecido durante la revolución del pensamiento, y comienzan á elevarse en el horizonte mental, donde se les da nombres nuevos y se las admira como cosas que se supone no ha existido jamás.

 

    Epocas de espiritualidad han precedido á la pasada época de materialidad, y es seguro que han de seguir otras eras de pensamiento espiritual más elevado. Durante estas épocas anteriores se conocían muchas verdades de suma importancia que han desaparecido en los tiempos modernos, y aunque la ciencia popular actual, la que trata de las apariencias exteriores de la naturaleza física, es sin duda más grande que la de los tiempos anteriores, el estudio de los libros de medicina antiguos demuestra que los sabios de dichos tiempos sabían más acerca de las leyes fundamentales de lo que hoy se admite en la actualidad.

 

    Hay una gran ciencia y una ciencia pequeña; ésta se cierne alrededor de las torres del templo de la sabiduría, aquélla penetra en el santuario, ambas son propias en su lugar respectivo, pero la una superficial y popular, la otra profunda y misteriosa; la una hace muchísimo ruido y ostentación, la otra es silenciosa y no se conoce públicamente.

 

    Hay hombres de ciencia progresivos y los hay conservadores. Hay unos cuyo genio los lleva adelante y que osan explorar nuevas regiones del saber; mientras que los conservadores se limitan á reunir lo que los otros han producido. Todo explorador tiene que ser científico; mas no todo hombre científico es un explorador. La mayor parte de nuestras escuelas modernas de medicina no producen nada nuevo, sino que tan solo trafican en mercancías en la producción de las cuales no han tenido parte. Se parecen á la tienda de un revendedor que no conoce otra cosa que los géneros que tiene. Los estantes están llenos de teorías populares, creencias á la moda, sistemas de patentes, y de vez en cuando encontramos un artículo viejo con etiqueta y nombre nuevos y anunciado como algo nuevo; y el tendero con volubilidad alaba sus géneros tan ufano como si él mismo los hubiera hecho, mientras que desatiende ó censura todo lo que no se halla en su tienda. Pero el que verdaderamente ama á la verdad, no se contenta con vivir de los frutos que han crecido en los huertos ajenos; él recoge los materiales que encuentra, no meramente para gozar de ellos, sino para servirse de ellos como escalones para ascender hacia la fuente de la verdad eterna.

 

    El objeto de la presente obra es llamar al atención de los que siguen la profesión médica á este aspecto superior de la ciencia y á ciertos tesoros olvidados del pasado, de los cuales muchísimos pueden hallarse en las obras de Teofrasto Paracelso. Gran parte de las ideas allí emitidas, antiguas como lo son, parecerán nuevas y extrañas, porque cada uno conoce tan sólo aquello que está dentro de su horizonte mental y que él puede comprender. Tan elevado, sublime é ilimitado es el asunto, que es imposible tratarlo de un modo completo en una obra sumaria como la presente; pero esperamos que lo poco que se ha recopilado en las siguientes páginas, bastará para indicar el modo de alcanzar aquella ciencia mística superior y una mejor comprensión de la constitución del hombre.

 

 

           INTRODUCCION

 

“Hay dos especies de conocimiento. Hay una ciencia médica y una sabiduría médica. La comprensión animal pertenece al hombre animal, más la comprensión de los misterios divinos pertenece al espíritu de Dios en él” (Teofrasto Paracelso, “De Fundamento Sapientiae”).

 

    Muchísimo se ha escrito en los libros modernos sobre patología acerca de la dificultad que hay para definir la palabra “disease”[*1]. Según el diccionario significa “falta ó ausencia de comodidad, dolor, incomodidad, angustia, prueba, molestia”, etc., pero se puede objetar contra cada una de estas definiciones. Dice James Paget: “Comodidad é incomodidad, bienestar y malestar, y todos sus sinónimos son términos relativos, de los cuales ninguno puede fijarse incondicionalmente. Si se pudiera fijar un grado de salud normal, todas las desviaciones del mismo podrían llamarse enfermedades (diseases); pero una característica de los cuerpos vivientes no es la estabilidad, sino la variación por auto – adaptación á una grande escala de circunstancias variables, y entre tales adaptaciones no es posible trazar una línea que separe los que pueden razonablemente llamarse saludables, de los que pueden con tanta razón llamarse morbosos” (disease).

 

    A esto contesta la ciencia oculta que existe para nosotros tal grado de salud normal tan luego que reconocemos la unidad y supremacía de la ley; que los resultados de la obediencia á la ley son la armonía y la salud, y los de la desobediencia se llaman discordancias ó enfermedad”.

 

    Dice Shakespeare:

 

“Los cielos mismos, los planetas y este centro

observan grado, prioridad y lugar.

Estabilidad, curso, proporción, estación, forma,

Oficio y costumbre, en orden perfecto”.

                            -(Troilus and Cressida, I.3).

    Si consideramos el orden, el cual es “la primera ley del cielo”, como la creación de la auto – adaptación de circunstancias que se originan accidentalmente, pasando por alto la Unidad fundamental del Todo y su objeto único, hallaremos probablemente en el universo varias leyes de orden que difieren esencialmente las unas de las otras; y sería difícil saber cual de esas leyes convendría seguir; pero si reconocemos en el orden que rige todas las cosas una manifestación de una ley eterna de orden y armonía, la función de la Sabiduría Suprema que obra en la naturaleza pero que no es el producto de la naturaleza, nos quedará tan sólo que conocer esa Ley suprema y obedecerla. El universo es tan sólo uno, y es regido por una fuente única de todas las leyes; pero dentro de la constitución de esta grande Unidad hay muchas unidades; éstas constituyen dentro del Yo tantos yos cuyos intereses particulares no son idénticos con el del todo, y, por lo tanto, el orden al cual obedecen esos yos temporales, no es el mismo que el del todo eterno. Así pues, la lucha por la existencia, lejos de ser la causa del orden que se observa en el mundo, es en verdad la causa del desorden que existe en él.

 

    Si el hombre, cual su prototipo divino, fuera la unidad perfecta, una manifestación de voluntad y pensamiento identificados y unidos, no habría más que una ley que obedecer; la ley de su naturaleza divina; estaría por siempre jamás en armonía consigo mismo; no habría en su naturaleza elementos inarmoniosos que procurasen crear un orden para sí mismos causando así discordancias y enfermedades. Pero el hombre es un ser compuesto; hay en su naturaleza muchos elementos, cada uno de los cuales representa hasta cierto grado una forma de voluntad independiente; y cuanto mejor logra una de esas modificaciones de voluntad apartarse del orden que constituye al todo, y establecer, sea con  inteligencia, sea por instinto, una voluntad propia suya, tanto mayor será la discordancia que produce en todo el organismo y tanto más grave será la enfermedad[*2]. “Una casa cuyos materiales no guarden entre sí compacticidad, forzosamente ha de caer”. La enfermedad es la falta de armonía que sigue á la desobediencia á la ley; el restablecimiento consiste en lograr la armonía volviendo á obedecer á la ley de orden que rige al todo.

 

    La clave para curar las enfermedades se halla, por lo tanto, en la comprensión de la ley fundamental que rige la naturaleza del hombre, y para esto es preciso que un sistema racional de medicina conozca la constitución del hombre; no sólo la de su cuerpo físico, el cual no es más que la parte inferior de la casa en que habita, sino toda la constitución física, astral y mental de ese ser que se llama “Hombre”, que es todavía el misterio más grande para la ciencia, y del cual se sabe ó se enseña muy poco más en nuestras academias después de la anatomía, las funciones fisiológicas, la composición química de los órganos y substancias materiales de que se compone su forma corpórea.

 

    La ciencia moderna ha hecho grandes progresos en la investigación de todos los detalles menores de la cáscara que ocupa el hombre durante su vida en este planeta; pero en cuanto al habitante de esta casa, el hombre interno, el que no es ni enteramente material ni enteramente espiritual, los sabios antiguos sabían acerca de su verdadera naturaleza más de lo que se ha soñado jamás en nuestras escuelas de medicina, y sin duda vale la pena de examinar sus opiniones. Además, si el cuerpo exterior del hombre es, como enseñan, tan sólo la expresión exterior de las cualidades y funciones de un organismo humano más interior é invisible, entonces parece que muchas enfermedades corpóreas que no son causadas por daños físico directos, son los resultados de los desórdenes que existen en aquel organismo interno; y como todo médico verdadero debe procurar conocer las causas de las enfermedades, y no destruir simplemente sus efectos externos, el conocimiento del “cuerpo causal” del hombre, cuya imagen visible es su “forma fenomenal”, puede abrir para la patología y la terapéutica un campo nuevo, del cual se recoja una siega abundante en beneficio de la humanidad.

 

 

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[*1] En razón al punto filológico de que aquí se trata, me he visto obligado á conservar esta palabra del original. Disease se deriva del substantivo francés anticuado “désaise” que significa literalmente “incomodidad”; su uso se limita ahora al significado de “enfermedad” –N. del T.

 

[*2] Dice Jacobo Boehme: “Si una esencia (una forma de substancia – voluntad) entra en otra cuya naturalez es de carácter diferente, surge un antagonismo y se sigue una lucha por la supremacía. Una cualidad separa violentamente á la otra, lo cual causa finalmente la muerte de la forma; pues todo lo que no está en armonía no puede vivir eternamente; mas todo lo que está en perfecta armonía, no tiene en sí mismo elementos de destrucción, porque en semejante organismo todos los elementos se quieren los unos á los otros, y el amor es creador y conservador de la vida”. –“Mysterium magnum” XXI,5.

 

 

                                      I

 

CONSTITUCIÓN DEL HOMBRE  

    Desde tiempos inmemoriales los sabios han enseñado que no conocemos nunca la verdad inmortal, si no la descubrimos  dentro de nosotros mismos, y hace mucho tiempo que la experiencia viene corroborando esta teoría, pues á pesar de todos los progresos en las investigaciones científicas respecto de la naturaleza del hombre, las cuales se efectuaron por medio de investigaciones en el reino exterior de la naturaleza, no se ha descubierto todavía la verdadera constitución del hombre y lo que constituye su esencia. Sabemos que del ovum se desarrolla el feto; del feto el niño, del niño el cuerpo del hombre; conocemos el orden en el cual se efectúan estos procesos, pero parece que no sabemos nada acerca de los poderes que los producen. Este procedimiento alquímico de la naturaleza por el cual hace crecer un hombre de una celdilla en la cual no hay ningún hombre parecería absurdo, increíble y milagrosa, y nadie creería en ella, si no fuera un hecho bien conocido; pero como sucede de continuo, ha  cesado de parecer sorprendente y ahora causa extrañeza el que haya quien se maraville de la posibilidad de este hecho.  

 

    Dice Hornie: “Por un proceso misterioso, invisible; silencioso, la más hermosa flor de un jardín brota de una semilla insignificante”. Un proceso misterioso parecido se efectúa en la evolución del cuerpo humano. Todos estos procesos son evidentemente los efectos de la acción de una causa adecuada para producirlos; el negar esto equivaldría á afirmar el manifiesto absurdo de que algo puede crecer de nada; y además la lógica demuestra que, si bien una causa física puede producir un efecto físico, un cuerpo vivo no puede ser producido, sino por un poder viviente, un organismo intelectual por un ser inteligente. Sea que el cuerpo animal del hombre haya evolucionado del reino animal inferior o no, ó bien, sea que ciertos animales sean productos de una perversión y degradación de la naturaleza del hombre, esto no es del caso ahora. Lo que sabemos es que ninguna vida y ninguna inteligencia pueden manifestarse en una forma, á menos que estos poderes estén convertidos en ella; y sabemos también que la vida no puede ser creada por la muerte ni la inteligencia por lo ininteligente.

 

    Empero si la ciencia popular no sabe manifiestamente nada acerca del origen de la manifestación de la vida, nada acerca de lo que se llama vagamente “alma”, nada acerca de la naturaleza y origen de la mente (cuyas funciones se necesitan para dar al cerebro la facultad de investigar tales cosas), nada acerca del espíritu y nada acerca de la constitución superior del hombre, cuya expresión externa ó símbolo es su cuerpo físico; es muy justo dirigirse á otras fuentes de saber y oír lo que enseñaban los antiguos tocante {a los principios que entran en la constitución del hombre. El primer requisito para un sistema racional y perfecto de medicina es un conocimiento completo de la constitución del hombre, con referencia al todo y no meramente á una parte de su naturaleza.

 

    Los antiguos Sabios Indios comparaban el hombre á una flor de loto, cuyo hogar es el agua (el mundo), cuyas raíces extraen su alimento de la tierra (la naturaleza material), mientras que eleva su cabeza á la luz (el mundo espiritual), del cual recibe el poder para desarrollar los poderes latentes en su constitución.

 

    Muchísimo se ha dicho ya en la literatura teosófica acerca de la constitución septenaria del hombre, pero no es por demás aquí volver á citarla.

 

1.      Rupa. El cuerpo físico, el vehículo de todos los demás “principios” durante la vida.

 

2.      Prana. Vida ó principio vital.

 

3.      Linga Sharira. El cuerpo astral. La imagen ó contraparte etérea del cuerpo fisico; el “cuerpo fantasma”.

 

4.      Kama Rupa. El alma animal. El asiento de los deseos y pasiones animales. En este principio tiene su centro la vida del animal y del hombre perecedero.

 

5.      Manas. Mente. Inteligencia. El eslabón conexivo entre el hombre mortal y el inmortal.

 

6.      Buddhi. El alma espiritual. El vehículo del puro espíritu universal.

 

7.      Atma. Espíritu. La irradiación de lo absoluto. (Para más explicación, véase “La Clave de la Teosofía”, por H.P. Blavatsky).

 

    Dice Goethe: “Una palabra viene á propósito cuando falta un concepto”. En nuestra época material se ha perdido y pervertido hasta el significado de los términos que expresan poderes y condiciones espirituales; “Dios”, según se supone, quiere decir un ser sobrenatural, antinatural y extracósmico; “Fe”, ha venido á ser credulidad y creencia en las opiniones ajenas; “Esperanza”, ha venido á ser codicia personal; “Amor” es ahora sinónimo de deseo egoísta, etc., etc. No es, pues, extraño que dichos términos sean ahora incomprensibles para muchos o mal interpretados por los mismos, siendo así que todos los referidos términos representan ciertos estados de conciencia, mientras que nadie puede conocer un estado determinado de conciencia si no lo ha experimentado nunca. En esto consiste el misterio.

 

    Los filósofos de la edad media simbolizaban estos siete principios por los signos de siete “planetas”, los cuales recibieron su nombre siete cuerpos cósmicos visibles en el cielo; y si esto es comprendido, resultará desde luego evidente, que los que niegan la división séptupla de los planetas, no hacen más que poner de manifiesto su ignorancia y sus conceptos erróneos. Nadie puede en realidad criticar aquello que no comprende; pero la presunción se imagina ser superior a todo, y se cree más sabia que todos los sabios, olvidando lo que dice Shakespeare: “El necio cree ser sabio, mas el sabio se reconoce á sí mismo como necio”. (AS You Like It, V..I.)

 

    Los antiguos basaban su ciencia médica en el reconocimiento de una causa autoconsciente, autoexistente, eterna, universal, fuente de la vida universal, mientras que la medicina moderna popular reconoce tan sólo el resultado de una fuerza ciega. La medicina secreta de los antiguos era por lo tanto una ciencia religiosa[1], mientras que la medicina moderna popular no reconoce ningún elemento religioso, y por consiguiente ninguna verdad real. El separar la ciencia de la verdad religiosa es ponerla en una base irracional, pues “religión” quiere decir la relación que tiene el hombre con su origen divino. El pasar por alto la fuente de la cual procedió, es desatender su naturaleza verdadera y relegar la medicina al dominio del plano más bajo de su existencia, esto es, su forma más grosera y material. Esta es exactamente la posición que ocupa ahora la medicina moderna, y nada hay que pueda elevarla sino el reconocimiento de la naturaleza superior del hombre, y un re-descubrimiento  de la verdad divina. Semejante conocimiento superior se consideraba necesario antiguamente para constituir un verdadero médico, y por esta razón el ejercicio de la medicina estaba en las manos de los que eran naturalmente médicos, sabios y santos por el poder de la  verdadera gracia de Dios, mientras que entre los médicos populares hay ahora lo mismo que entonces, algunos zotes y bribones, que no tienen espiritualidad ni moralidad; lo que el médico moderno  de la escuela materialista requiere para tener éxito, es aprender de memoria; hasta cierto grado, el contenido de sus libros, á fin de pasar examen y tener el talento de aprovecharse de la credulidad de la gente.

 

     Al hablar de “siete planetas”, los antiguos aludían á siete estados espirituales aunque sin embargo substanciales, de los que la ciencia popular no conoce nada, sino su manifestación exterior en el dominio de los fenómenos. Con razón se ha dicho que nunca nadie ha visto siquiera la tierra; lo que vemos es tan sólo una manifestación ó apariencia de un principio espiritual llamado “tierra”. 

 

    La Esencia verdadera de la "materia" no puede concebirse por la mente terrena.

 

    Bajo este punto de vista, los "siete planetas" en la constitución del hombre, lo mismo que en la constitución de la naturaleza como un todo, representa los siguientes elementos, poderes, esencias, ó formas de existencia:

 

   I.   Saturno (Prakriti), Materia; la substancia y elemento material en todas las cosas en los tres reinos de la naturaleza (el plano físico, astral y espiritual). Es invisible y se conoce sólo por medio de su manifestación. Es lo que da coherencia y solidez; es la substancialidad misma.

 

  II.  Luna (Linga). El cuerpo “etéreo ó astral del hombre; el dominio de los sueños, fantasías, ilusiones, en el cual existe tan sólo el reflejo de la verdadera vida y luz del sol. Representa también la especulación intelectual sin sabiduría (reconocimiento de la verdad), y las formas que pertenecen á este dominio, son tan variables como las opiniones de los hombres.

 

III.  Sol (Prana). La vida en el plano físico y espiritual (Jiva). El centro del sistema planetario. Es lo que produce la manifestación ó actividad de la vida en cada plano de existencia.

 

IV  Marte (Kama). El elemento animal, emocional y pasional en el hombre y en la naturaleza; el asiento del deseo y de la voluntad propia; aquello que se manifiesta como codicia, envidia, ira, sensualidad y egoísmo en todas sus formas; pero que es también un manantial de fuerza. Hay muchas enfermedades causadas por la acción irregular ó excesiva de poderes que pertenecen á este reino, cuando al combinarse con  se vuelven de una naturaleza terrena.

 

V.   Mercurio (Manas). La Mente; el principio de inteligencia que se manifiesta como poder intelectual en el dominio de la mente; al combinarse con  da origen a pensamientos terrenos, pero en combinación con   constituye el conocimiento espiritual.

 

VI.  Júpiter (Buddhi). El principio que se manifiesta como poder espiritual, en lo que se relaciona con lo que se llama el mal, así que para el bien. Razón, intuición, fe, firmeza, reconocimiento de la verdad.

 

VII.  Venus (Atma). El principio que en su pureza se manifiesta como amor divino universal. Es idéntico con el auto-conocimiento. Unido con  (la inteligencia) constituye  la sabiduría. Al obrar en el plano animal produce instintos animales, y en el plano físico causa las atracciones de las polaridades opuestas, afinidades químicas, etc., etcétera.

 

    Todo esto se dice meramente para indicar la clave de esta clase de ciencia, la cual da lugar á combinaciones innumerables según estos principios se manifiesten modificados á causa de sus diversas condiciones. Además no es posible enseñar esta ciencia espiritual á una mente (Manas) que no esté iluminada por la luz del entendimiento superior (Buddhi). El estudio práctico y la aplicación de alguna cosa requiere ante todo la posesión del objeto, y si esto es cierto respecto de los objetos físicos, no es menos cierto respecto de los principios espirituales, la naturaleza de los cuales no puede ser conocida, sino cuando uno se da cuenta de su presencia en su propia conciencia. Los aspectos superiores de todos estos poderes pertenecen á la naturaleza superior del hombre, y el que desee conocer y aplicar estas leyes en el ejercicio de la profesión médica, debe ante todo procurar desarrollar su propia  naturaleza superior, librándose de los elementos que gobiernan su naturaleza inferior; en otras palabras, debe pasar del estado animal – humano al estado humano – divino, al cual pertenece el médico verdadero.

 

    Uno de tales adeptos – médicos fue Felipe Aureolo Teofrasto Bombastó de Hohenheim: Paracelso, el gran reformador de la medicina del siglo diez y seis, el que es propiamente considerado como el padre de la medicina moderna, aunque sus sucesores distan todavía mucho de realizar las verdades que enseñó, y quizá no lograrán por muchos siglos comprenderlas[2]. Sobrepujaba no sólo á la ciencia de su época, sino también á la de la época actual, pues  aunque haya sabido menos que nosotros respecto á las apariencias fenomenales de las manifestaciones de la vida en este planeta, sabía muchísimo más que nuestra ciencia moderna en cuanto á las causas de estas manifestaciones y á la naturaleza interna de las cosas. Fue escarnecido é infamado por los que no eran capaces de comprenderle, y actualmente no falta quien lo ridiculice y denigre; pero probó la verdad de sus teorías efectuando curaciones que aun la medicina moderna no puede hacer con todas sus nuevas adquisiciones. Fue el primero en abolir un sistema de charlatanería intolerante, basado en el mero empirismo, cuyos residuos existen aún hoy en día. Fue odiado y perseguido por los medicastros y charlatanes de aquellos tiempos, los cuales hacían buenos negocios, lucrando con la ignorancia del público, así como algunos lo hacen en la actualidad; y los vilipendios y calumnias lanzados contra él por dichos medicastros y charlatanes, inspiran todavía las opiniones de muchos respecto de su persona, aunque podemos creer con seguridad que pocos de sus críticos han leído jamás sus libros, y que menos todavía los han comprendido. Se han escrito numerosas biografías acerca de él y de sus hábitos personales, y parece que la mayor  parte de sus críticos han podido entender que cuando murió dejó á sus herederos un pantalón de cuero; pero en cuanto á su filosofía, esta es una terra incógnita en la cual no puede penetrar su entendimiento, porque el conocimiento de las ciencias secretas no es para los que no saben nada acerca de los principios fundamentales de la constitución del hombre.

 

    No es del caso el que Paracelso haya obtenido sus conocimientos de Oriente, según se ha pretendido, ó que le fue revelado por su propia  percepción de la verdad; pero no cabe duda que conocía aquella clasificación septenaria, pues hallamos que menciona los siete aspectos siguientes del hombre:

 

1.      El Corpus, ó cuerpo elemental del hombre. (Limbus).

 

2.      La Mumia, ó cuerpo etéreo; el vehículo de la vida. (Evstrum).

 

3.      El Archaeus. La esencia de la vida. Spiritus Mundi en la Naturaleza y Spiritus Vitae en el hombre.

 

4.      El Cuerpo Sidéreo; se compone de las influencias de las “estrellas”.

 

5.      Adech. El hombre interno ó cuerpo mental, hecho de la carne de Adán.

 

6.      Aluech. El cuerpo espiritual, hecho de la carne de Cristo; llamado también “el hombre del nuevo Olimpo”.

 

7.      Spiritus. El espíritu universal.

 

    Hay apenas una página en los escritos filosóficos de Paracelso que no contenga alguna referencia á la naturaleza doble del hombre, su aspecto terrestre y su aspecto celestial, y á la necesidad de desarrollar su naturaleza más elevada y su entendimiento superior (Espiritual)

 

“Ante todo, debemos notar que hay dos aspectos del espíritu en el hombre. (El uno originándose en la naturaleza y el otro procediendo del cielo). El hombre debería ser un ser humano conforme al espíritu de vida (divina) y no conforme al espíritu (terrestre) del Limbo. Es una verdad que el hombre (celestial) es la imagen de Dios por tener en sí un espíritu divino (vida divina). En todos los otros respectos, es un animal, teniendo como tiene un espíritu animal. Estos están opuestos el uno al otro, pero uno de los dos tiene que sucumbir. El hombre está destinado á ser un ser humano y no un animal, y como ser humano, tiene que vivir el espíritu de vida (inmortal) y deshacerse del espíritu animal”. (“Philosophía Occulta”, Lib. I., Prólogo).

 

    Los misterios del templo interior de la naturaleza no son accesibles para el vulgo y los profanos, porque todo ser puede darse cuenta tan sólo de lo que corresponde á su propia naturaleza. Para penetrar en el dominio de la verdad se requiere un alma verdadera; un animal no puede darse cuenta, sino del lado animal de la existencia.

 

    No hace mucho dijo una autoridad médica bien conocida:

 

    “Paracelso, quien declaró inútil la ‘anatomía del cuerpo muerto[3], y buscó la base de la vida (inmortalidad) como la meta más elevada del conocimiento, exigía la “contemplación” (espiritual) ante todo; y así como él llegó de esta manera á la construcción metafísica del Archaeus, así también inspiró  sus secuaces un misticismo extravagante y absolutamente inútil”[4].

 

    Pero este desarrollo del misticismo, Paracelso no es responsable, sino que se ha de atribuir á la ineptitud de sus secuaces, cuya mente animal no podía ser iluminada por el espíritu de la verdad. Siempre que la mente terrena procura comprender al espíritu de sabiduría, y, por no ser capaz de elevarse á la percepción de la verdad divina, se esfuerza en arrastrarla hasta su propio nivel, resulta un misticismo necio y absolutamente infructuoso. Con la misma razón se podría decir que las doctrinas  de Cristo llenaron el mundo de superstición, causando los crímenes de las cruzadas,  los horrores de la inquisición, y la intolerancia sectaria. De esas anomalías no tiene la culpa la Verdad, si no quien no la entiende.

 

    La gran mayoría de la humanidad busca la Verdad con el objeto de alcanzar con ella algún beneficio personal: sea la adquisición de la riqueza ó el lujo, la satisfacción de la ambición, el deseo de hacer gala ante el mundo con la posesión de algo grande, sea el propósito de satisfacer una curiosidad científica laudable. Pero la adquisición de la sabiduría médica requiere un amor á la verdad, y el amor quiere decir sacrificio de sí mismo. Por lo tanto, no es posible adquirir la sabiduría si no se sacrifica por ella al yo ilusorio con todos sus deseos. Se puede enseñar el camino que conduce a la sabiduría, pero la sabiduría no puede enseñarse por ella misma; aquel que se deleita en el dominio de las ilusiones, no puede ver su luz verdadera. ¿Cuántos entre los supuestos imitadores de Jesús de Nazareth se han convertido en Cristos, y pueden comprender la profundidad de sus pensamientos y ejercer sus poderes divinos, sino aquél que se ha vuelto semejante a él? Ninguno de los secuaces supuestos de Paracelso han llegado á ser como este maestro; ninguno de los representantes de la ciencia médica moderna ha penetrado profundamente en su sabiduría.

 

    La ciencia médica popular, basándose en la observación objetiva de los fenómenos, sabe más acerca del reino de la naturaleza visible (Maya) de lo que se sabía en el tiempo de Paracelso; pero la razón porque esta ciencia médica popular, á pesar de los auxilios que recibe de la química y de la fisiología, no puede todavía efectuar las curaciones que hizo Paracelso, es que sus secuaces solamente especulan y sacan inferencias, en vez de cultivar aquel poder espiritual del conocimiento del alma que se llama “contemplación interior”[5] pero que Paracelso llama Fe, facultad que en le presente es tan desconocida, que es sumamente difícil explicar siquiera el significado de este término. Es un poder que no pertenece ni á la naturaleza física, ni á la animal, ni á la intelectual del hombre, sino al hombre espiritual (Atma –Buddhi –Manas); á aquella parte superior de su ser, la cual en la mayor parte de los hombres, por intelectuales que sean, no ha despertado aún á la vida, sino que se halla todavía latente, sepultada en la tumba de la materialidad en la cual no puede penetrar la luz de la Verdad divina.

 

  “¡Qué sois en vuestros poderes propios, oh hombres, sino nada? Si deseáis conseguir fuerza, tomadla de la fe. Si tuviereis fe tanto como un grano de mostaza, seríais tan fuertes como los espíritus, y aunque aparecieseis ahora como hombres, vuestra fe haría vuestra fuerza y poder igual á los espíritus, como los que estaban en Sansón: pues por medio de nuestra fe nos convertimos nosotros mismos en espíritus, y todo lo que efectuamos y exceda á nuestra naturaleza (terrestre), se hace por el poder de la fe que obra por medio de nosotros como espíritu y nos transforma en espíritus” (“De Origin, Norb.Invisib.”Introducción).

 

    El hombre, aun cuando logra tener un vislumbre de la Verdad divina, está muy propenso á olvidarla casi inmediatamente, por ser más fuerte en él la acción de su mente terrena que la de su espíritu; y por tanto, parece necesario que se le recuerde repetidas veces que la fe de que habla Paracelso no es la fe ilusoria del cerebro, el producto de la especulación, sino un poder que pertenece á aquellos pocos espíritus vivientes que moran en este mundo aletargado. Así como los poderes físicos pertenecen al hombre terrestre y físico, así también los poderes espirituales pertenecen al hombre espiritual, el cual tiene que nacer antes de que pueda conocer y ejercer estos poderes. Hasta ahora parece que, aun entre nuestros hombres científicos eminentes y afortunados médicos, hay muy pocos que han sido regenerados en el espíritu de la verdad é iluminados con la luz de la sabiduría divina, y si los hay, aconsejaríamos á todos los estudiantes de medicina siguiesen su ejemplo y, con aprender el gran arte del imperio de sí mismo, dominasen su propia naturaleza y la de los demás. La humanidad es tan sólo una, y el sentir esta verdad en toda su fuerza abrirá un campo nuevo para la ciencia médica del porvenir. Aquella parte de nosotros que vive en el corazón de los demás, es nuestro más verdadero y “más profundo Yo”[6]. Si este Yo que vive en el corazón de los demás, ha despertado á su propia conciencia, se da...

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