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EL DIARIO DE BRIDGET JONES
EL DIARIO DE BRIDGET JONES
Helen Fielding
Agradecimientos
Con particular agradecimiento a Charlie Leadbeater por darme la idea de la columna en The
Independent. Gracias también a Gillon Aitken, Richard Coles, Scarlett Curtis, a la familia
Fielding, Piers, Paula y Sam Fletcher, Emma Freud, Georgia Garrett, Sharon Maguire, Jon
Turner y Daniel Woods por su inspiración y ayuda, y especialmente, como siempre, a Richard
Curtis.
A mi madre, Nellie, por no ser como la madre de Bridget
Buenos propósitos de año nuevo
NO:
Beber más de catorce copas a la semana.
Fumar.
Gastar dinero en: máquinas para hacer pasta, máquinas para hacer helados, u otros aparatos
culinarios que nunca utilizaré; libros de autores ilegibles para colocar presuntuosamente en las
estanterías; ropa interior exótica, ya que, al no tener novio, carece de sentido.
Pasear por la casa como una zarrapastrosa, sino imaginar que otros me están mirando.
Gastar más de lo que gano.
Permitir que la bandeja de entrada del correo electrónico esté incontroladamente saturada.
Enamorarme de: alcohólicos, adictos al trabajo, fóbicos al compromiso, tipos con novias o
esposas, misóginos, megalómanos, chovinistas, sexistas, gorrones emocionales, pervertidos.
Enfadarme con mamá, con Una Alconbury o con Perpetua.
Disgustarme con los hombres, sino ser, en cambio, la amable y distante reina de hielo.
Enamorarme de hombres, pero establecer, en cambio, relaciones basadas en una madura
evaluación del carácter.
Criticar a todo el mundo a sus espaldas, sino ser positiva con todos.
Obsesionarme con Daniel Cleaver, ya que es patético estar enamorada del jefe, como si fuese
Miss Moneypenny o algo así.
Enfurruñarme por no tener novio, sino desarrollar una elegancia interior y un sentido de la
autoridad y de mí misma, como si fuera una mujer de peso, o completa incluso sin novio,
como mejor manera de conseguir uno.
SI:
Dejar de fumar.
Beber menos de catorce copas a la semana.
Reducir la circunferencia de mis muslos 7,5 cm (3,75 cm cada uno), con una dieta
anticelulítica.
Purgar el piso de los trastos inútiles acumulados.
Dar toda la ropa que no he llevado desde hace dos años o más a los necesitados.
Mejorar mi carrera y encontrar un nuevo empleo con futuro.
Ahorrar dinero. Empezar quizás un plan de jubilación.
Tener más confianza en mí misma.
Ser más autoritaria.
Hacer mejor uso del tiempo.
No salir todas las noches, sino quedarme en casa y leer libros y escuchar música clásica.
Dar una parte de mis ganancias a la beneficencia.
Ser más amable y ayudar más a los demás.
Comer más legumbres.
Levantarme por las mañanas en cuanto me despierte.
Ir al gimnasio tres veces por semana, y no sólo para comprar un bocadillo.
Colocar las fotografías en álbumes de fotos.
Grabar una serie de casetes de «música ambiental», para tener a mano toda mi música
favorita/romántica/bailable/sensual/feminista, etc., montadas de tal manera que no suenen al
estilo de un disc-jockey empapado de alcohol y rodeado de cintas tiradas por todas partes.
Establecer una relación positiva con un adulto responsable.
Aprender a programar el vídeo.
ENERO,
un malísimo inicio
domingo 1 de enero
58,5 kg (peso postNavidad), 14 copas (pero en realidad cubre 2 días, ya que 4 horas de la
fiesta fueron en Año Nuevo), 22 cigarrillos, 5.424 calorías.
Alimentos consumidos hoy:
2 paquetes de queso Emmental en porciones
14 patatas nuevas
2 Bloody Mary (cuentan como alimento, ya que contienen salsa Worcester y tomate)
1/3 de chapatta con Brie
hojas de coriandro-1/2 paquete
12 Milk Tray (mejor deshacerme de todos los dulces navideños de golpe y partir de cero
mañana)
13 canapés de cóctel, que contenían queso y piña
1 ración de pavo al curry de Una Alconbury, guisantes y plátanos
1 ración de sorpresa de frambuesa de Una Alconbury hecha con biscuits de Bourbon,
frambuesas en conserva, treinta y seis litros de nata montada, decorado todo con guindas y
angélica.
Tarde. Londres: mi piso. Ugh. La última cosa en el mundo que me siento física, emocional o
mentalmente preparada para hacer hoy es conducir hasta el Bufé de Pavo al Curry de Una y
Geoffrey Alconbury. Geoffrey y Una Alconbury son los mejores amigos de mis padres y,
como el tío Geoffrey no se cansa de repetir, me conocen desde que yo correteaba desnuda por
el césped. Mi madre me llamó a las 8.30 de la mañana el último puente festivo de agosto y me
forzó a prometer que iría. Siguió para lograrlo una ruta astutamente tortuosa.
-Oh, hola, cariño. Sólo llamaba para saber qué querías para Navidad.
-¿Navidad?
-¿Te gustaría una sorpresa, cariño?
-¡No! -grité-. Perdona. Quiero decir...
-Me preguntaba si te gustaría un juego de ruedas para tu maleta.
-¡Pero si yo no tengo maleta!
-¿Y por qué no te regalo una maletita con ruedas incluidas? Sabes, como las de las azafatas.
-Ya tengo una bolsa de viaje.
-Oh, cariño, no puedes andar por ahí con esa birriática bolsa de lona verde. Pareces una
especie de Mary Poppins de capa caída. Sólo una maletita compacta con ruedas. Es increíble
la cantidad de cosas que caben en su interior. ¿La quieres azul a rayas rojas o roja a rayas
azules?
-Mamá, son las ocho y media de la mañana. Estamos en verano. Hace mucho calor. No quiero
una maleta de azafata.
-Julie Enderby tiene una. Dice que nunca utiliza otra cosa.
-¿Quién es Julie Enderby?
-¡Tú conoces a Julie, cariño! Es la hija de Mavis Enderby. ¡Julie! La que tiene ese fantástico
empleo en Arthur Andersen...
-Mamá...
-Siempre se la lleva en los viajes...
-No quiero una maletita con ruedecillas incorporadas.
-Déjame decirte algo. ¿Por qué no nos juntamos Jamie, papá y yo, y te compramos una maleta
grande como Dios manda y un juego de ruedas?
Agotada, me alejé el teléfono del oído, incapaz de entender de dónde surgía aquel entusiasmo
por regalarme una maleta en Navidad. Cuando volví a acercar el auricular, mamá estaba
diciendo:
-... De hecho, puedes comprarla con un comprartimiento con botellitas para tus jaboncitos y
demás. La otra cosa en la que había pensado era un carrito de la compra.
-¿Hay algo que tú quieras para Navidad? –le dije, desesperada, parpadeando bajo la luz del
sol de las vacaciones de verano.
-No, no -dijo enfadada-. Ya tengo todo lo que yo necesito. Bueno, cariño -dijo repentinamente
entre dientes-, este año vas a venir al Bufé de Año Nuevo de Pavo al Curry de Geoffrey y
Una, ¿verdad?
-Ah. De hecho, yo... -Me entró el pánico. ¿Qué podía inventar que tuviera que hacer?-... Creo
que quizá tenga que trabajar el día de Año Nuevo.
-Eso no importa. Puedes venir cuando hayas acabado de trabajar. Oh, ¿te lo he dicho?
Malcolm y Elaine Darcy van a venir, y llevarán a Mark. ¿Te acuerdas de Mark, cariño? Es
uno de esos abogados de primera. Montañas de dinero. Divorciado. La cena no empieza hasta
las ocho.
Dios mío. No será otro fanático de la ópera, vestido de forma rara y con una mata de pelo
peinada a un lado de la cabeza.
-Mamá, ya te lo he dicho. No necesito que me busques...
-Venga, cariño. ¡Una y Geoffrey hacen el Bufé de Año Nuevo desde que tú corrías desnuda
por el césped! Claro que vas a ir. Y tendrás oportunidad de utilizar tu maleta nueva.
11.45 p.m. Ugh. El primer día de Año Nuevo ha sido horrible. Todavía no puedo creer que
empiezo otra vez el año en una cama individual en casa de mis padres. Es demasiado
humillante a mi edad. Me pregunto si olerán el humo si enciendo un cigarrillo asomada a la
ventana. Tras pasar toda el día en casa, esperando que se me pasase la resaca, al final
claudiqué y salí demasiado tarde, en dirección al Bufé de Pavo al Curry. Cuando llegué a casa
de los Alconbury y apreté el timbre-que-emitía-una-cancioncilla-estilo-reloj-del-
ayuntamiento, todavía me encontraba en un extraño mundo interior: nauseabundo, horrible,
ácido. También sufría de un resto de furia-de-carretera, tras haber tomado sin darme cuenta la
M6 en lugar de la MI, y haber tenido que recorrer la mitad del camino hasta Birmingham
buscando un sitio donde poder dar la vuelta. Estaba tan furiosa que seguí golpeando el suelo
con el pie encima del acelerador para dar rienda suelta a mis sentimientos, lo cual es muy
peligroso. Ahora observaba resignada la silueta de Una Alconbury -fascinantemente
deformada a través de la puerta de vidrio esmerilado-, acercándose hacia mí en un dos piezas
fucsia.
-¡Bridget! ¡Ya casi te habíamos dado por perdida! ¡Feliz Año Nuevo! Estábamos a punto de
empezar sin ti.
Supo arreglárselas para besarme, sacarme el abrigo, colgarlo en una percha, limpiar su
pintalabios de mi mejilla y hacerme sentir increíblemente culpable, todo en un solo
movimiento, mientras yo me apoyaba contra un estante repleto de bibelots para no caerme.
-Lo siento. Me he perdido.
-¿Perdido? ¡Jo! ¿Qué vamos a hacer contigo? ¡Pasa adentro!
Me acompañó a través de las puertas de cristal esmerilado hasta el salón, mientras gritaba:
-¿Qué os parece? ¡Se había perdido!
-¡Bridget! ¡Feliz Año Nuevo! -dijo Geoffrey Alconbury, embutido en un suéter amarillo a
rombos. Dio un paso divertido a lo Bruce Forsyth y me dio el tipo de abrazo de los que
atentan contra el orden público, por el que habrían de esposarlo y enviarle directamente a la
jefatura de policía.
-Ahhumph -dijo, se sonrojó y se subió los pantalones hasta la cintura-. ¿Qué salida cogiste?
-La salida diecinueve, pero había un desvío...
-¡La salida diecinueve! ¡Una, salió por la salida diecinueve! Has añadido una hora a tu viaje
antes de empezarlo. Ven, te daré algo de beber. ¿Y cómo va tu vida amorosa?
Oh, Dios mío. ¿Por qué no puede entender la gente casada que hace ya tiempo que no es
educado hacer esta pregunta? Nosotros no nos abalanzamos sobre ellos y les gritamos:
«¿Cómo va vuestro matrimonio? ¿Todavía practicáis sexo?»: Todo el mundo sabe que tener
citas a los treinta no es nada fácil, ni se consigue con la alegría y despreocupación de cuando
tenías veintidós, y que la respuesta sincera se parecía más a: «En realidad, anoche mi amante
casado apareció vestido con ligas y con un hermoso pequeño top de angora, me dijo que él era
gay/adicto al sexo/adicto a los narcóticos/fóbico al compromiso, y me golpeó con un
consolador», en lugar de: «Genial, gracias».
Como no soy una mentirosa congénita, acabé murmurando con rostro avergonzado a
Geoffrey: «Bien», y él gritó:
-¡Así que todavía no has conseguido un tío!
-¡Bridget! ¡Qué vamos a hacer contigo! –dijo Una-. ¡Chicas de carrera! ¡No lo sé! Eso no se
puede aplazar para siempre, sabes. Tic-tac-tic-tac.
-Sí. ¿Cómo se las apaña una mujer para llegar a tu edad sin estar casada? -gritó Brian Enderby
(casado con Mavis, había sido presidente del Rotary Club de Kettering), mientras zarandeaba
su jerez en el aire.
Por suerte mi padre me rescató.
-Estoy muy contento de verte, Bridget -dijo, cogiéndome del brazo-. Tu madre tenía a toda la
policía de Northamptonshire preparada para peinar el condado con cepillos de dientes en
busca de tus restos descuartizados. Ven y que todos te vean, para que yo pueda empezar a
divertirme. ¿Qué tal la maleta con ruedecitas?
-Desmesuradamente grande. ¿Qué tal la maquinilla para cortar el pelo de las orejas?
-Oh, maravillosa, sabes, cortante.
Tampoco era espantoso, supongo. Me habría sentido un poco mal de no haber aparecido, pero
Mark Darcy... Yuk. Hacía semanas que, cada vez que mi madre me llamaba, era para decirme:
«Claro que recuerdas a los Darcy, cariño. ¡Fueron a visitarnos cuando estábamos viviendo en
Buckingham, y tú y Mark jugasteis en la piscina inflable!», o: «¡Oh! ¿He mencionado que
Malcolm y Elaine van a traer a Mark al Bufé de Año Nuevo de Pavo al Curry de Una? Parece
ser que él acaba de regresar de América. Divorciado. Está buscando una casa en Holland
Park. Al parecer lo pasó fatal con su mujer. Japonesa. Una raza muy cruel».
Y a la siguiente llamada, por las buenas: «¿Te acuerdas de Mark Darcy, cariño? ¿El hijo de
Malcolm y Elaine? Es uno de esos abogados de primera. Divorciado. Elaine dice que trabaja
todo el tiempo y que está muy solo. Creo que tal vez vaya al Bufé de Año Nuevo de Pavo al
Curry de Una».
No sé por qué no lo decía sin tapujos de una vez:
«Cariño, echa un polvo con Mark Darcy encima del pavo al curry, ¿vale? Es un tipo muy
rico».
-Ven conmigo a ver a Mark -canturreó Una Alconbury, antes incluso de que yo hubiese
podido tomar un trago. Que te impongan una pareja contra tu voluntad es un hecho que
provoca cierto nivel de humillación, pero que te arrastre literalmente a ello Una Alconbury,
mientras una intenta superar el malestar de la resaca, observada por una habitación llena de
amigos de tus padres, eso eleva la humillación a nivel de catástrofe.
El rico, divorciado-de-esposa-cruel, Mark -bastante alto- estaba de pie de espaldas a la gente,
escrutando el contenido de la librería de los Alconbury: principalmente colecciones sobre el
Tercer Reich encuadernadas en cuero, que Geoffrey encarga al Reader's Digest. Me pareció
bastante ridículo llamarse míster Darcy como el de Orgullo y prejuicio, y permanecer a solas
con aires de superioridad en una fiesta. Como llamarse Heathcliff el de Cumbres borrascosas
e insistir en pasar toda la noche en el jardín, gritando «Cathy» y golpeándose la cabeza contra
un árbol.
-¡Mark! -dijo Una, como si fuese una de las hadas de Santa Claus-. Tengo alguien a quien te
gustará conocer.
Él se dio la vuelta, revelando así que lo que de espaldas parecía un inofensivo suéter azul
marino era en realidad un cuello en V a cuadros en tonos amarillos y azules; el favorito de los
locutores deportivos más maduros del país. Como suele decir mi amigo Tom, es alucinante la
cantidad de tiempo y dinero que se pueden ahorrar en el mundo de las citas fijándose en los
detalles. Un calcetín blanco por aquí, unos tirantes rojos por allá, un mocasín gris, una
esvástica, suele ser todo lo que uno necesita para saber que no hace falta anotar el número de
teléfono ni derrochar el dinero en restaurantes caros, porque no va a funcionar.
-Mark, ésta es Bridget, la hija de Colin y Pam -dijo Una, con excitación y sonrojándose-.
Bridget trabaja en el mundo editorial, ¿verdad, Bridget?
-Es cierto -dije por alguna razón, como si participase en un programa telefónico de Radio
Capital y a punto de preguntarle a Una si podía «decir hola» a mis amigos Jude, Sharon y
Tom, a mi hermano Jamie, a todos los de la oficina, a mi mamá y a mi papá, y, por último, a
todo el personal del Bufé de Pavo al Curry.
-Bueno, os dejo a los jóvenes a solas -dijo Una-. Supongo que debéis estar hartos de viejos
carrozas.
-En absoluto -dijo Mark Darcy torpemente, en un intento frustrado de sonreír, ante el cual
Una, tras haber puesto los ojos en blanco, colocándose una mano en el pecho y emitiendo una
risita alegre y risueña, nos dejó con un movimiento brusco de cabeza en un silencio odioso.
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